domingo, 11 de junio de 2017

Hasta que la muerte nos reúna. Capítulo 35

En la cocina encontré varios cuchillos. Estos servirían. Por la rendija que despedazaron los muertos, entraba perfectamente la hoja. Uno a uno, íbamos clavándolo. Pasamos horas incrustando los cuchillos en las cabezas de aquellos asquerosos muertos. Nos turnamos en ratos de quince minutos. Hasta que percibí que Diego, en uno de sus descansos, quedó dormido. Exhausto. En mi descanso me pasó algo similar. Nos despertábamos unos a los otros para proseguir. Por la mirilla se distinguía una montaña de cadáveres que se amontonaban en la puerta. Les era más complicado llegar para seguir golpeando. Aunque por todo el pasillo aún quedaban multitud de ellos. Llegada la noche, decidimos parar. Era suficiente. Nos sentamos en el suelo, apoyando la espalda contra la pared. Jesus, se quedó dormido y balanceó su cabeza contra mi hombro. La aparté y se despertó. No hablábamos. No nos movíamos. Deseábamos silencio total. Los gemidos de los de fuera, me ponían nervioso. Cuando me quise dar cuenta, me había dormido profundamente. Era curioso, porque de un tiempo a esta parte, recordaba todos los sueños. Incluso era consciente de cuando me dormía. En esta ocasión, recordé una gasolinera. Una cualquiera de todo el país. Estaba repostando aquel coche azul. Miré hacia el interior y en una silla de bebé se encontraba un niño. Dormido. De vez en cuando sonreía. Era precioso. En el asiento del copiloto estaba Silvia. Terminé de repostar y pagué en caja con tarjeta. Al volver, dentro no había nadie. Era extraño. Hace un segundo había dos personas dentro. Pero era un sueño. En los sueños puede pasar cualquier cosa. La siguiente imagen era dentro de un supermercado. Llenaba el carrito con todo tipo de cosas. Al lado tenia a una dependienta que me hablaba sin parar, aunque no la escuchaba. Al ir a pagar, esa dependienta, me invitaba a tomar algo después de su turno. No recuerdo cual fue mi contestación. Notaba que alguien detrás me estaba tocando insistentemente la espalda, y no me dejaba continuar la conversación. Al darme la vuelta, vi como una persona en avanzado estado de descomposición trataba de agarrarme. Daba dentelladas al aire. Cuando miré a mí alrededor, todas las personas adquirían el mismo aspecto. Incluso la dependienta guapa. Me desperté en ese instante. Di un respingo al comprobar que, en mi realidad, los muertos habían pasado al piso. Ni Jesus ni Diego estaban en la habitación. Clavé el cuchillo que tenía en la mano en la cabeza del muerto que se arrastraba hacia mí. Me levanté a toda prisa, y comprobé que no había más. Aún seguía sin ver a los dos chicos. Miré hacia la puerta. La barricada seguía en su sitio. Algo movida para abrir la puerta. Otro muerto trataba de entrar.
-Hijos de puta –insulté

Se habían largado. Era ya de día. Se habrían asegurado de que no quedasen muchos dentro del edificio, y me abandonaron. Al menos podían haberme avisado. Pero no. Aprovecharon que había camino libre y no querían impedimentos. Salí al pasillo con cierta dificultad. La montaña de cadáveres era enorme. Por el pasillo reparé en el rastro de muertos abatidos por ellos. Cuando por fin llegué a la calle, descubrí que ni su carrito ni mi moto seguían allí.
-Me cago en todo. –maldije

Caminé por aquellas calles con sumo cuidado de no encontrarme con más muertos. Necesitaba un transporte enseguida. Al menos para volver al polígono. Lo único que encontré, que funcionara, era una carretilla elevadora. Llevaba enganchado un remolque pequeño. Así que lo aproveché para volver a la ferretería y llevarme lo que allí encontré. Por suerte, no apareció más infectados. Mientras salía de la ciudad, pasé por un cuartel de la guardia civil. Me detuve un instante. No era muy grande. La puerta estaba cerrada. En uno de los vehículos de la guardia civil, estaba un muerto vestido con la indumentaria reglamentaria. Tenía puesto el cinturón de seguridad. Cuando se giró hacia mí, le faltaba la mitad de la cara. Era asqueroso de mirar. Le clavé el cuchillo y le registré. Conservaba su arma y munición en la guantera. Además de un manojo de llaves. Conseguí abrir el cuartel. Estaba todo colocado y ordenado. En las celdas aún permanecían algunos detenidos, ya convertidos o muertos definitivamente. Para mi sorpresa, el armero, estaba intacto. Cargué todo en el remolque y me fui. Tardé una eternidad en llegar a la nave. Paré a repostar dos veces con lo que pude conseguir de los coches abandonados. En la nave no había nadie. Pero supe que habían estado allí. Faltaban bastantes armas y el mapa estaba descolgado. Guardé todo dentro de la nave y esperé a que volvieran. Ya había tenido bastante exploración para días.
Tardaron un día y medio en volver. Noté, en especial a Dani, que algo no iba bien. Incluso me llegó recriminar mi ausencia. Pues según él, por el momento, mi misión era mantener este lugar a salvo. Les mostré lo conseguido, y mandó a dos para inventariarlo.
-Hemos tenido problemas con el Patrón. –me explicaba- No le pareció suficiente lo que llevamos. Ya me estoy cansando de esta situación. Actuaremos en breve.
-¿Me vas a explicar cuáles son los detalles del plan? –pregunté
-Mañana por la mañana, Nacho vendrá para recogerte. –me señaló al hombre- Guardareis las armas que aun queden aquí, y os marchareis hasta el pueblo de las montañas. Allí hay un barco. Las subiréis. Nacho sabe tripularlo. Navegareis por una ruta ya definida. Una por la que los barcos del Patrón, nunca van. Bordeareis la isla, hasta un pequeño embarcadero. Allí permaneceréis hasta que un grupo de los nuestros se acerque.
-¿No echaran en falta a Nacho? –indagué
-No. Simulamos que fue mordido e infectado. –explicó
-Entonces, nosotros atacaremos por detrás ¿no?
-Así es. En el barco debéis preparar las armas, para el grupo que ira en vuestra búsqueda. Los que estamos en la parte edificada, ya hemos concretado la hora del ataque. Nosotros no dudaremos en matar. Así que espero que vosotros tampoco. Conoces a todos los nuestros. El resto hay que aniquilarlos. ¿te queda claro?
-Clarísimo. –contesté

Al finalizar nuestra conversación, nos reunimos todos alrededor de Dani. Repasaba con todos y cada uno todos los detalles. Daba ánimos a los más acobardados. Era un auténtico líder. A pesar de ser el más joven de todos los presentes. Nacho y yo, tuvimos una conversación previa a nuestro reencuentro del día siguiente. Tras quedar todos ya convencidos del plan, se marcharon. Nuevamente me quedé solo. Algo dentro de mí, hacía que no pudiera pegar ojo. Quizá los nervios. Pero aquello se llevaría a cabo ya. Debía mentalizarme, de que al llegar el momento no podía fallar. Quitaba y ponía el seguro de mi arma. Tratando de familiarizarme con el proceso, para no atascarme llegada la hora. Dejé preparado todo para cuando llegase Nacho, irnos lo antes posible.
Por la mañana temprano, escuchaba a los pájaros piar. Algunas palomas paseaban por aquel tejado a punto de derrumbarse. El ruido del motor, me avisó de que se acercaba. Antes de que llegase, abrí los portones. Llegó con una furgoneta pequeña.
-Buenos días, -me saludo
-Hola. –contesté
-Veo que has estado entretenido esta noche, ¿nervioso? –preguntó
-¿A caso tú no lo estás? –contesté con otra pregunta
-A decir verdad, un poco. Pero ya no hay vuelta atrás. Tenemos que darle matarile a esa gente.

Cargamos las armas en el furgón, y enseguida nos marchamos. Condujo por otra ruta a la que estaba acostumbrado. Era evidente, que debíamos asegurarnos de no encontrarnos con nadie hasta llegar al pueblo. Nuevamente, llegamos hasta aquel pueblo donde pasé la noche con Marta. Efectivamente, allí había un barco. Viejo. Con la pintura desgastada por el sol y el mar. Llevó la furgoneta hasta casi el embarcadero. Fuimos cargando las armas, y guardándolas  en el interior del barco. Sobre una mesa. Cuando terminamos, llenó un par de garrafas con combustible y llenó los depósitos del barco. Me ordenó desatar la cuerda que amarraba el barco, y tras seis intentos, logró ponerlo en marcha. Antes de irnos, sacó un mapa que extendió sobre la mesa. Hacia una serie de cálculos, que yo no era capaz de entender. Al verme, me tendió su paquete de tabaco y me ofreció.
-No tengas prisa –me dijo- hace mucho que no navego.
-¿puedo preguntarte a que te dedicabas antes? –pregunté
-Trabajaba para mi suegro. En una naviera en Alicante. Me dedicaba a la contabilidad. –contestó
-¿Qué fue de tu familia? –continúe preguntando
-Cuando empezó todo, estaba con mi mujer en el hospital. Pensábamos que tenía esa enfermedad, pero resultó que no. El hospital se volvió un caos. Nos encerramos en la habitación hasta que pudimos salir. Había cuerpos por todas partes. Vimos a los primeros infectados. Estuvo a punto de morderme uno de ellos, pensando que era una persona que necesitaba ayuda. Escapamos de allí. Cuando volvimos a buscar a nuestras familias, o se había convertido, o estaban siendo devorados. Lara y yo, vagamos por días de casa en casa. De ciudad en ciudad. Hasta que nos encontró el Patrón. Poco después mi mujer fue asesinada por ese malnacido. Se negó a sus peticiones. Estuve sometido a esa gente hasta que llegó Dani y Silvia. Tienes suerte de que aun siga viva. Deberías dar las gracias a tu hermano por todo lo que ha hecho por ella. Aunque Silvia, por lo poco que conozco, es muy fuerte. Muchas de las mujeres de la isla, han encontrado un motivo para vivir, gracias a ella.
-Me alegra oír eso. –suspiré- Es una pena que no la recuerde. ¿aparte de ella, alguien más está embarazada? Me refiero a que están embarazadas por esos tipos
-Dos de ellas, imagino que de las primeras, dieron a luz hace unas semanas. Esta gente, sabe lo que se hace. Tienen a una mujer que se encarga de ellas. Creo que es matrona. Ya la conocerás, pues debería atender a Silvia cuando llegue el momento.
-Si salimos de esta… -reconocí
-Si salimos…-me dio la razón.

Continuamos conversando un buen rato sobre la vida antes de la pandemia. Tenía una vida bastante acomodada, que evidentemente, echaba de menos. Era un chico de barrio, que por casualidades de la vida, se enamoró de una mujer con recursos. Después de acabar la universidad, se casaron y su suegro le contrato en la empresa. Entre otras cosas, con lo que ganaba, pudo costearse un curso marítimo. De ahí sus conocimientos. No tuvieron hijos, a pesar de intentarlo varias veces. Justo antes de los primeros casos, comenzaron los trámites para la adopción. Nunca se llevaron a cabo. Envidiaba la forma en que recordaba todo. Hablamos también sobre lo que sucedió cuando nos atacaron. Él se encontraba en otro de los barcos. Aunque no tuvo nada que ver. Ya que solo trataba de sobrevivir de la mejor manera posible. Después de conocer a Dani, ambos empezaron la revolución en silencio. Poco a poco, la clase baja de la isla, se fueron uniendo. Evidentemente, las mujeres también. No recordaba al Dani de antes, tan solo desde hace unas semanas, pero igualmente me sentía orgulloso de cómo se comportaba. De cómo había organizado a tanta gente para liberarse de aquellos opresores. Cada vez que pensaba en Silvia, no podía evitar acordarme de Marta. Tenía sentimientos encontrados. Pues en estos momentos, no sentía nada hacía Silvia, mas allá de que fuera la madre de mi hijo neonato. Sin embargo, añoraba la compañía de Marta. Su sonrisa. Su cuerpo. Intentaba convencerme a mí mismo de no volver a pensar en ella. Pero siempre tenía su imagen en la cabeza. Incluso, días atrás, estuve tentado de abandonar todo aquello y volverme al Hotel. No me pareció, que fuese lo correcto.
Finalmente, Nacho, marcó la ruta y nos pusimos en marcha. Navegamos hacia el interior del mar. Bastante alejados. Advertí como observaba insistentemente la brújula. Temía que nos perdiésemos. La costa casi no se podía ver desde aquella distancia. El mar estaba en calma, y el sol era maravilloso. Para cuando me quise dar cuenta, ya habíamos bordeado la pequeña isla. Con los prismáticos pude ver el pequeño embarcadero que nos dijo Dani. Era el momento de lanzar el ancla, y esperar fondeados hasta la hora que nos indicó Dani. Debíamos esperar hasta casi las siete de la tarde. Cuando los barcos del Patrón comenzaban a zarpar de la península hacia la isla. El ataque se produciría a las nueve y media de la noche. Hora en la que la mayoría de gente de confianza del Patrón se encontraba en la isla. Cada grupo, cada mujer y hombre tenía fijado un objetivo o varios. Incluso nosotros. Pues, tanto el grupo que vendría a recibirnos como nosotros yo, éramos la sorpresa, en caso de que algo fallara. Un seguro. Una última oportunidad. Mientras esperábamos, Nacho me tendió una porción de pescado en salazón. Debíamos conservar fuerzas, pues la batalla era dura. Recargamos todas las armas, y la munición restante la guardamos en varias mochilas, que repartiríamos.
La alarma del reloj de Nacho emitió un pitido. Nos estaba avisando de que era la hora. La hora de comenzar algo de lo que solo había dos finales posibles. Elevamos el ancla y pusimos rumbo al embarcadero. Me coloqué en la parte delantera, con la pistola en mano. Preparándome, mental y físicamente. Ya no había vuelta atrás.

2 comentarios:

Unknown dijo...

A ir ellos!!! Lo haces muy bien porque tengo ganas de VENGANZA!!!

Ky2-Style dijo...

VAMOS AHÍ !!! Que ganas de leer el desenlace

Plissken