jueves, 1 de febrero de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 2

Capítulo 2


El día amaneció exactamente igual que cuando se acostaron por la noche. Nevando. Al subir su persiana, Raúl, descubrió como aún seguía nevando. La capa de nieve que descansaba en esos momentos por las calles, alcanzaba poco menos de medio metro. Varios vecinos iban con sacos de sal y palas. Bajó hasta el comedor, que se encontraba al lado de la recepción. Allí estaba su padre, ya levantado y vestido. Había preparado café y hablaba por teléfono. Supuso que con su madre. Se puso un vaso de leche que calentó en el microondas, y después le añadió dos cucharadas de cacao en polvo. Rebuscó, pero no encontró los bollos que normalmente, compraba su madre en la panadería de enfrente. Pensó que aquello ya no era buena idea y quería que su madre volviese de Italia. Era lunes, y en media hora comenzaría las clases. Así que, no tardó en vestirse y llenar su mochila con los libros que le tocaban ese día. Al salir, tan solo se despidieron con la mano. Su padre aún hablaba por teléfono.

El colegio se encontraba detrás del ayuntamiento, por lo que llegar hasta él solo le costaba unos metros. Pero debido a la cantidad de nieve que había, y la que seguía cayendo, optó por no correr demasiado. Cuando entró por la puerta del colegio, ya había bastantes compañeros dentro. Era normal, dada las circunstancias meteorológicas actuales. Enseguida vio como Eli, su mejor amiga llegaba embutida en un enorme abrigo de color amarillo. Como siempre, le dio un abrazo.

- ¿llegasteis anoche? ¿Cómo fue? ¿viste las luces? –aunque era su mejor amiga, la forma de hablar tan rápido y que prácticamente, nunca te dejara contestar, le ponía bastante nervioso.

- Si –contestó

- ¿Cómo son? ¿molan? Tienes que contármelo todo. –continuaba con su retahíla de interminables preguntas.

- No es para tanto. Demasiada gente –relataba

- Seguro que son maravillosas. Me encantaría ir un día. A ver si mis padres me llevan. Tengo que convencerles. ¿podrías hablar con ellos? Se lo cuentas y seguro que les convences. –seguía hablando más de la cuenta como siempre, pero ya no le hacía caso.

- ¿Dónde está Héctor? –preguntó extrañado

- Ah sí. Casi se me olvida. En el botellón de ayer se pasó bebiendo. Mira que se lo dije. Cuando llegó a su casa con tal borrachera, los gritos de su padre se oían hasta Portugal. Así que hoy, le ha castigado en la carnicería, embuchando chorizos. –relataba con su habitual rapidez.


Las clases empezaron. A pesar del temporal, todos los profesores acudieron a sus respectivas clases. Sobre todo la profesora de Literatura. La señorita Mónica. Desde que empezó a impartir clases en el colegio del pueblo, las faltas de asistencia se vieron reducidas. No era para menos. Mónica, una mujer de treinta y dos años, pelo castaño y siempre recogido en un moño. Su espectacular figura, así como su particular forma de vestir, atraía las miradas de sus alumnos masculinos. Quizá también de varios de los profesores. Ese día, particularmente, estaba más bella. En vez de recogerse el pelo en su ya conocido moño, lo llevaba suelto. Al fin descubrieron unas ondulaciones en su pelo, que moldeaban su cara redonda. Vestida con una camisa blanca, sin abrochar hasta el final debido a sus voluptuosos pechos, y unos pantalones tejanos de color negro bien ajustados. Al caminar, todos se volteaban para observar su contoneo. Se notaba cierta tensión entre las alumnas, que quizá más por envidia que otra cosa, atraía la atención de los chicos. Que no perdían ojo a la profesora mientras relataba algún pasaje de algún autor que desconocían. Incluso, cuando solicitaba algún voluntario para leer en voz alta, siempre al lado de su mesa, conseguía que prácticamente todos elevasen sus brazos. Algunos incluso los dos. El único que no levantó la mano fue Raúl. Que aquello le supuso una fama, que poco tenía que ver con su personalidad.

- Este debe ser maricón –dijo en voz baja uno de los compañeros a otro.

- Seguro. –concretó el otro- además, se dice que el otro día en los vestuarios, se le puso dura cuando vio desnudo a Marcos.


Marcos era uno de los miembros del equipo de futbol del colegio. Equipo, donde también jugaba Raúl. Él era consciente de lo que se rumoreaba por ahí, sin embargo no le daba importancia. Incluso le hacía gracia. Al terminar las clases, fue directamente a su casa. Al hostal. Debía ayudar a su padre con las tareas, ahora que su madre se encontraba en Italia. Si todo iba bien, quizá en unos meses, un año a lo sumo, podrían irse a vivir con ella. Lo que más pena le daba era tener que dejar allí a sus dos mejores amigos: Eli y Héctor. Aunque también echaría de menos a Marcos. No porque le gustase, que no. Si no, porque era el hermano mayor de Héctor. Aunque ya, casi no se juntaban. Él era un año mayor que ellos, y prefería juntarse con otros. O más bien con otras chicas. Lo entendía perfectamente. 

Su padre le estaba esperando, pues la tormenta de nieve no amainaba y necesitaban cortar más leña. Como no podía dejar sola a Rebeca, tenía que esperar a que volviese para que la vigilase. 

- ¿Qué tal las clases chaval? –preguntó su padre enfundándose un abrigo de plumas que le llegaba hasta las rodillas.

- Como siempre. –se limitó a contestar.

- Ya me imagino…-decía despreocupado-… voy a ir a por leña. Así que te quedas con Rebeca. Ya he hecho su comida. Si quieres se la vas dando y cuando vuelva, comemos tu y yo.

- Vale papa. –contestó

- Gracias chaval –le alborotó el pelo. Se puso un gorro de lana, levantó una carretilla que usan los albañiles, y abrió la puerta. 


Se sorprendió, pues la puerta se abrió con tal brusquedad que golpeó contra la carretilla empujando a Roberto unos metros atrás. El temporal era peor. A cada momento que pasaba el viento era más fuerte, y los copos caían con más intensidad. Raúl tuvo que correr para socorrer a su padre que se dolía de uno de sus codos.

- Gracias chaval. Estoy bien. –se levantó sin mayores problemas- Cogeré lo justo para pasar unos días hasta que pare este temporal. 

- Quizá no deberías ir papa –dijo preocupado- podemos poner la calefacción de gas.

- No te preocupes chaval. No tardaré. –recogió la carretilla de nuevo


Cuando Raúl cerró la puerta, fue hasta la ventana para ver a su padre en el exterior. Caminaba con cierta dificultad, pero firme. Al cabo de unos segundos lo perdió de vista. Rebeca, que jugaba en el comedor con sus juguetes, le recordó que tenía que darle de comer. La levantó en brazos y la niña se lo tomó como un juego. Le arrancó una risa a su hermano y terminó jugando con ella mientras le daba el puré de verduras. Eran las tres de la tarde, y dado que su padre no llegaba todavía, se sentaron en el sillón a ver la tele. Le puso los dibujos, y poco a poco la niña iba cerrando los ojos hasta quedarse completamente dormida en su regazo. Se apartó con sumo cuidado de no despertarla, y la tumbó en el sillón tapándola con su manta. Justo en ese momento, alguien aporreo la puerta, tanto que la niña se sobresaltó. Pero enseguida, y debido a su sueño, volvió a cerrarlos al instante. Raúl maldijo a quien estuviera llamando así. Miró por la ventana para ver quién era. Si hubiera sido su padre, abriría él mismo con sus llaves. Pudo distinguir la silueta de una mujer. Al ver de quien se trataba, su corazón le bombeaba con tanta rapidez que se mantuvo quieto unos segundos. Era su profesora. Volvió a aporrear la puerta, y con la mirada vio que su hermana aún permanecía plácidamente dormida. Al fin, se armó de valor y abrió la puerta. Al igual que ocurrió con su padre horas antes, esta se abrió de golpe nada más girar el pomo. Solo que esta vez, y sabiendo lo que ocurría, se apartó.

- ¿Puedo entrar? –gritó la profesora, dado que el viento se llevaba las voces.

- Pasa –gritó el.


Entre los dos cerraron la puerta con esfuerzo. Ella se quitó la capucha de su abrigo de pelo, y sonrió al joven.

- ¿Está tu padre? –preguntó

- Se fue a por leña –contestó- ¿Qué quieres?


Entonces la profesora, se acercó a Raúl y le besó ferozmente en la boca. Raúl se apartó asustado.

- Aquí no –le regañó- Podrían vernos. Además está mi hermana

- No podía esperar más Raúl. Necesitaba verte. –confesó.


Desde que se conocieron, ambos sintieron algo el uno por el otro. Aun conociendo los riesgos, se dejaron llevar, teniendo una relación amorosa en secreto. 

- Mónica…-se puso colorado-… si nos ve mi padre o alguien…

- No te preocupes, soy tu profe –le tocó su miembro por encima del pantalón.

- ¡Para!. Mónica, es peligroso. –tenía unas ganas enormes de llevarla a una de las habitaciones, pero era consciente de que si en ese momento aparecía su padre. Los mataría a los dos.

- De todas formas, no podía ir a otro lugar. Este maldito temporal no me deja que vuelva a mi casa. Y la Guardia Civil, nos ha prohibido que cojamos el coche. Así que, seguramente, pague a tu padre por un par de noches en el hostal. ¿Qué te parece?


En cierto modo, tener tan cerca a Mónica, le parecía estupendo. Pero era demasiado descuidada. Demasiado impulsiva. Tanto que en cualquier momento podría poner en peligro su secreto. Una cosa era echar un polvo en su casa, sin peligro de ser descubiertos, y otra estar expuestos en el mismo lugar que su familia. 

- Ya que no está tu padre, imagino que tú eres el responsable de este lugar. ¿Qué habitación me corresponde? –se puso detrás del escritorio de recepción mirando el cuadro de llaves. 

- Mónica, por favor –suplicaba.

- Vamos Raúl…-dijo poniendo cara de niña traviesa-… no me digas que no te pone que me quede unos días aquí. Quizá te puedas escapar por la noche y hacerme feliz.


A pesar de todo, aquello le resultaba excitante. Tenía una relación son la profesora más buena del colegio. Ahora estaba en su hostal. Haciéndole proposiciones, que otros chicos y no tan chicos, aceptarían en ese mismo instante. Pero debía pensar más con la cabeza de arriba, que con la de abajo. 

- Está bien, -se puso delante del ordenador- te asigno la cuatro. ¿Pagarás ahora o después?

- Te pago cuando quieras –se puso detrás de él, apoyando sus pechos contra su espalda. Provocando una severa erección en el adolescente.

- Ahí tienes la llave. –se levantó deprisa para que no notase su bulto.

- Bueno…-dijo decepcionada-… ya veo que no te apetece mucho verme ahora. Me subiré a darme una ducha caliente. 

- Mónica, de verdad, no te enfades conmigo…-dijo preocupado-… es que como nos pille mi padre me mata.

- No te preocupes. –le dio un ligero beso en la mejilla- Anda, vete a cuidar a tu hermana.


Ya habían pasado casi siete horas desde que su padre fue en busca de leña. Así que optó por llamar por teléfono al puesto de la Guardia Civil. Como esperaba, quien contestó fue Anselmo. El jefe. Aunque en aquella comisaría, tan sólo estaban destinados el propio Anselmo e Ignacio. Le explicó que su padre se fue hace horas y que no había regresado aún.

- Vale chico. –dijo Anselmo- Ahora salimos a buscarle. No te preocupes. Sé por donde suele ir. Si le ha pasado algo lo encontraremos. Quédate en casa y no salgáis. 

- Gracias Anselmo –colgó.


Era la hora de cenar, y aún preocupado, preparó unas salchichas en el microondas. No tenía la menor idea de cocinar, y esa era la mejor opción. Rebeca se encontraba en la alfombra donde suele jugar, ajena a todo. De vez en cuando, iba hasta la cocina, miraba que su hermano estuviese allí, y se volvía con sus juguetes. Mónica, por su parte, aun permanecía en su habitación. Poco antes de las diez, apareció por el comedor. 

- ¿No ha vuelto tu padre? –preguntó extrañada.

- No. He llamado al Jefe Anselmo. Han salido a buscarle. Pero llevan más de tres horas fuera. –contaba.

- Seguro que está bien. –dijo mirando con asco las salchichas cocinadas en el microondas- ¿piensas comerte eso?

- Claro. Tengo que dar de cenar también a Rebeca. –dijo con tono obvio.

- Anda…-le quitó el plato, tirando las salchichas en el cubo de la basura-… deja que os prepare algo. No, si al final, os va a venir bien que me haya quedado.


Ante la incrédula mirada de Raúl, Mónica escudriñó la despensa y la nevera. Encendió un fuego, y puso algo de aceite en una sartén. Frió unos huevos, y unas patatas en la freidora. Tanto para ella como para los dos hermanos. Raúl, avergonzado, puso la mesa y sentó en la trona a su hermana, que comenzó devorando las patatas fritas. Ellos por su parte, mojaban pan duro del día anterior en sus platos. 

- ¿Quieres que duerma con vosotros esta noche? –preguntó.

- Mónica… -se sobresaltó

- No me malinterpretes Raúl. Es normal que sintáis miedo sin vuestros padres. Te prometo que no haré nada. –dijo más con instinto maternal, que como necesidad como mujer.

- No. Ya me las apaño con ella. –contestó.

- Como quieras. Pero ya sabes dónde me alojo. –le guiñó un ojo.


Después de cenar, los tres se quedaron viendo la televisión. Cansados de ver las mismas noticias sobre el temporal, pusieron una película. Una vez terminó, con Rebeca dormida, esta vez sobre Mónica, la subieron hasta su habitación. La acostaron en su cama.

- Bueno tesoro. –le dijo Mónica con cara de cansancio- Me voy a la cama. Yo también estoy rendida. Nos vemos mañana en el colegio.

- Hasta mañana. –dijo cerrando la puerta.