viernes, 12 de mayo de 2017

Hasta que la muerte nos reúna. Capítulo 22

Ellos permanecían en la cubierta del barco, mientras nosotros les apuntábamos con nuestras armas. Hubo instantes de tensión que en cualquier momento podía derivar en catástrofe. Ellos eran dos hombres y dos mujeres. Nos miraban con terror. Ni ellos mismos sabían que había pasado. El hombre con gafas y con una edad aproximada a los cuarenta se dirigió hacia nosotros.
-Es evidente que ustedes tienen las de ganar –decía con acento argentino-, sin embargo creo que ambos podemos ganar. Llévense lo que necesiten y nos marchamos.

Miré a Dani y Marcelo a partes iguales. No parecían hostiles, y nosotros no teníamos más ganas de pelea.
-¿Vivís aquí? –pregunté- o ¿estáis de paso?
-Vivimos acá. –contestó- Salimos a pescar casi todos los días.
-Si tenéis algún arma, por favor, entregarla. –ordenó Dani

Aquel hombre con suma delicadeza, sacó una pistola de detrás del pantalón. Se la entregó a Dani.
-Yon, -dijo el argentino a su compañero- entrégale la tuya

Aquel muchacho de pelo largo y ondulado, sacó de una mochila otra pistola pequeña. Dani la recibió igual que la otra.
-¿Podemos bajar ya? –preguntó
-¿Cómo te llamas? –pregunté yo
-Leandro, pero todos me llaman Leo. –se presentó
-Muy bien Leo, podéis bajar. –bajé mi arma

A decir verdad no entrañaban peligro alguno. Más bien, parecían sorprendidos de ver a otros supervivientes. Una vez estuvimos fuera del embarcadero, nos llevó hasta la casa donde viven.
-Discúlpennos, pero llevamos meses sin ver a nadie más…vivo… ¿me entienden? –decía Leo.
-Si claro. –contestó Dani
-¿Cuál es vuestra historia? –preguntó Marcelo- ¿Por qué no hay nadie más aquí?
-Bueno… -empezó Leo-… comenzaré por Jimena
Señaló a la chica más joven. Era sumamente delgada. Pelo castaño y largo. Y portaba dos piercings en cada oreja.

-Ella es de Zaragoza, pero se trasladó aquí para vivir con su marido. Era pescador como casi todos los de aquí. Su marido murió a poco de empezar la epidemia. –relataba mientras Jimena portaba semblante serio.
-Yo soy Cristina, -dijo la otra mujer, de aspecto bastante desmejorado, imagino, que por la faena en el mar. Algo mayor que Jimena. El pelo ligeramente canoso, y extremadamente rizado. Llevaba gafas pequeñas- Al contrario que Jimena, yo soy soltera. Vivía aquí con mi abuelo hasta que murió. Poco después empezó la epidemia.
-Ahora tú, Yon, -señaló al joven
-No soy de aquí –decía- Cuando sucedió todo, estaba con mis padres en un Hotel de Valencia. Conseguí escapar y me topé con Leo. Me ayudó bastante.
-Por ultimo yo. –continuó Leo- Soy argentino. Dentista de profesión. Estaba en Valencia al igual que Yon. Descubrimos este lugar casi por casualidad. Al poco de llegar, mucha gente enfermó. Tratamos de ayudarlos, pero algunos eran demasiados ancianos y otros… demasiado infectados. Cuando conseguimos erradicar el problema, quedábamos unos veinte. Acondicionamos el lugar, pues vimos que los muertos no se acercaban al pueblito.
-¿Qué pasó con el resto? –pregunté
-Por radio informaban sobre una zona segura al norte. –contestó- Muchos entendían que era mejor estar resguardados por militares. Empacaron y se fueron. De los que nos quedamos, algunos no sobrevivieron en las incursiones para conseguir recursos. Descubrimos que era mejor salir a pescar, que ir por tierra a por comida que estaría en malas condiciones.
-¿Y todos los cuerpos? –preguntó Silvia
-Los cargamos en camionetas hacia al monte. Los quemamos. Necesitábamos una zona limpia donde vivir. Desde hace semanas… o meses… no recuerdo bien, no vemos a nadie más. Os aseguro que no somos malas personas. ¿Qué me podéis contar de ustedes? –preguntó algo más serio
-Nosotros venimos de Madrid. Y alrededores. Hemos tenido muchos problemas tanto con vivos como con muertos. –relataba Pol

Nos pusimos un poco al día entre los dos grupos. Poco a poco tomábamos más confianza. Aquel lugar parecía tener futuro. Y todos buscábamos un futuro. Al rato, un humo negro nos invadió. Era del avión que se estrelló. Leo, propuso acercarnos a buscar posibles supervivientes. Llegamos lo más cerca del avión, prácticamente hundido ya. Nos cubrimos la cara con camisetas mojadas para no ahogarnos en el humo. Gritábamos por si alguien seguía vivo. Pero solo encontramos restos de cuerpos por todas partes. Algunos, convertidos, trataban de darnos caza. Dimos por finalizado la tarea de búsqueda. Era imposible que nadie quedase vivo. Incluso, ya podían estar convertidos antes de estrellarse. Las preguntas eran ¿de dónde venía ese avión? ¿Hacia dónde se dirigía? ¿Se quedarían sin combustible? Ya daba un poco igual. Lo que no daba igual, era que el ruido que produjo, atraería a muertos que pululasen cerca.
De nuevo en tierra firme, nos invitaron a escoger que vivienda queríamos tener. El único que no confiaba al cien por cien era Marcelo. Pero va en su naturaleza. Silvia y yo nos quedamos en una casa, más bien pequeñita y cerca de la playa. El resto, prefirieron una bastante más espaciosa, con cinco dormitorios para vivir juntos. Yo les entendía perfectamente.
Al llegar la hora de la cena, Leo y su grupo nos invitaron a comer pescado en la playa. Nosotros pusimos algo de lo nuestro, como cervezas que recogió Marcelo. Continuamos hablando sobre lo ocurrido con el avión y como sobrevivimos todo este tiempo. Evidentemente, omitimos lo último sucedido con los curas y los chinos. Ahora estábamos en un lugar, aparentemente, seguro. Tan solo Marcelo, que lo noté algo más nervioso, se quedó de guardia.
Al llegar a nuestro nuevo hogar, Silvia se tiró de espaldas contra una cama. Esta desprendió gran cantidad de polvo y suciedad. Tuvimos que sacudir sabanas y colchón varias veces hasta que nos pareció lo más limpio posible. Desconocíamos si Leo guardaba una copia de la llave que nos dio. Ante esto, bloqueamos con un sillón la puerta. No serviría de mucho, pero nos proporcionaba cierta tranquilidad. Una vez que pudimos tumbarnos, nos quedamos un buen rato en silencio. Podíamos escuchar las olas del mar. Me relajaba y me incomodada a partes iguales. Silvia, se abrazó a mí. No se quedó dormida, aunque si, bien tranquila. No recuerdo cuando me dormí. Al despertarme, era totalmente de día. Comprobé que Silvia seguía a mí lado. Estaba arropada hasta el cuello. Las cortinas no cubrían completamente la entrada de luz, y el sol entraba por la mínima rendija que encontraba. El mar parecía estar en calma. Por un momento pensé que estaba en el paraíso. Me levanté y examine a fondo la casa. Disponía de una cocina completa. Funcionaba con gas butano. Pero la bombona estaba seca. El frigorífico estaba completamente vacío. Además de no funcionar nada eléctrico. En pequeño salón que compartía estancia con la cocina, solo había un sillón de dos plazas que volví a colocar en su sitio y un mueble para la televisión que tampoco funcionaría. Miré por la ventana. Leo y Yon estaban preparándose para salir de nuevo a la mar. Desde ahí, también podía intuir como Dani y Maria estaban bañándose en el mar. Todo estaba en orden. Bueno todo no. Necesitaba algo con que calentar un vaso de agua e introducir un par de cucharadas del bote de café soluble que recogí hace días. Salí de casa, y me dirigí hacia el embarcadero.
-Buenos días –saludó Leo con una gran sonrisa
-¿Qué tal? –dije yo- ¿Preparando para la pesca?
-Así es, nuevo amigo. –contestó
-Una preguntilla sin importancia… -me rascaba la cabeza- electricidad no hay… ¿Cómo podría calentar un vaso de agua sin necesidad de hacer fuego?
-Si tienes café, te dejo que lo hagas desde el microondas del barco…-se rió.
-Veo que sabes negociar –sonreí
-Querido, creo que podemos ser buenos compañeros. –relataba- Si compartimos los recursos viviremos mejor.
Ante eso no podía tener objeción alguna. Volví con una garrafa de agua y el bote de café. Entramos en el interior del barco, y bajamos unas escaleras. Era más amplio de lo que me imaginaba. Sacó dos vasos y los rellenó de agua. Los calentó en el microondas y nos servimos el café.
-Dime –se sentó enfrente de mi-, ¿Cuáles son tus planes? Imagino que eres su líder
-Jajaja. –solté una carcajada- No soy ningún líder.
-No es lo que parece. Todos te siguen. –dijo
-Lo sometemos a asamblea. –contesté
-Sí, pero por lo que veo, nadie te contradice en tus decisiones.
-Tampoco lo hago yo con los demás.
-Déjame decirte, que –dijo serio- aquí me he ganado mi posición de líder. Entiendo que lo habréis pasado mal. Seguramente, si nos confrontamos, nosotros tendríamos las de perder. Sois más, estáis mejor preparados, y tenéis nuestras armas. Pero me gustaría, amablemente, que convivamos lo mejor posible.
-Descuida Leo. –dije sincero- No somos hostiles a menos que nos den motivos para ello. No veo que seáis malas personas. Al contrario. Si lo piensas, podemos ser buenos aliados. Sabéis llevar este trasto. Y lo que es más importante, os alimentáis muy bien. En contrapartida, nosotros sabemos movernos bien entre los muertos. Podemos conseguir grandes cosas. Vivir a lo grande.
-Hay muchas zonas a las que podemos llegar desde el mar. Necesitamos renovar algunas cosas. Y no nos atrevemos a tomar tierra por miedo a los ataques de esas cosas. –estaba proponiendo algo
-Buena idea. –asentí- Podemos conseguir casi lo que nos propongamos. Además Marcelo es muy bueno en las incursiones. Casi una sombra. Yo soy más… fuerza bruta…

Se levantó. Me miró a los ojos, y esperó a que me levantase. Me tendió la mano.
-Si a vos le interesa, me interesa. –dijo
-Me interesa. –le tendí la mano.

Volví a casa y desperté a Silvia. Como no podía ser de otra forma, le llevé el café caliente y ella lo agradeció. Más tarde reuní al resto, y les expliqué el trato que hice con Leo. A todos les pareció perfecto. Estábamos felices. Pero no duraría demasiado. Pues Caterina empezó a marearse, y se desplomó al suelo.
-Mierda, Caterina. –gritó Pol

La levantamos del suelo y la tumbamos en el sillón. Al escuchar los gritos, Leo y los demás llegaron corriendo.
-¿Qué pasa? –preguntó Leo
-Se ha mareado y se ha desmayado. –le informé

Leo parecía que sabía lo que hacía. Examinó los ojos, le tomó el pulso y la temperatura. Estaba muy pálida y no recobraba el conocimiento.
-Está algo febril –diagnosticaba- El pulso es algo bajo. Y las pupilas algo dilatadas. Puede que tenga algún ataque de ansiedad.
-Pero si no la hemos visto rara en ningún momento –decía su hermano
-Puede que llevase algún tiempo reteniéndolo, hasta que su cuerpo no ha aguantado más. –contestó Leo- ¿Suele comer?
-Claro. Lo mismo que los demás. –contesté
-Hay que bajarle la temperatura. Mojar alguna toalla y ponérsela encima. –ordenó

Tras una hora inconsciente, por fin recobró el conocimiento. La llevamos hasta su cama, y dejamos a Pol a su cargo. Al final, todo esto, desde que empezó la epidemia, nos pasaría factura a todos tarde o temprano. Me asusté de verdad. Pues se me pasó por la cabeza que pudiéramos enfermar por comer algo en mal estado. Desde que Molina se largó una noche sin avisar, hemos tenido mucha suerte de que no nos ocurriera nada.
Ese día, Leo y su gente, salieron a pescar, mientras nosotros hacíamos inventario de todo lo que teníamos. Si encontrábamos algo que pudiera estar en malas condiciones lo tiraríamos sin pensar. Creo que nos concienció a todos del peligro que eso conllevaba. Encontramos un taller abandonado, que nos serviría como almacén. Disponía de estanterías y armarios para guardarlo todo. Maria, sería la encargada de gestionarlo. Se registraría quien entra, lo que se lleva y lo que deja.
Aún quedaban algunas horas de luz. Así que Silvia, Dani y yo, iríamos a explorar algo más la zona por detrás de las montañas. Más o menos por donde vinimos. Marcelo, como de costumbre, tomaría otra ruta. Llegamos hasta la desviación que tomamos en aquel pueblo donde dimos la vuelta. Entre subidas, bajadas y las curvas, recorrimos unos quince kilómetros eternos. Había rastro de aquella horda que conseguimos esquivar. Para mala suerte de alguno que se los topó de frente. Fuimos hasta la localidad costera más cercana. Ya desde lo lejos, se podían ver hoteles abandonados y deteriorados. Transitamos un poco por las calles desiertas. Quizá aquellos muertos vendrían de aquí. Porque no vinos a ninguno. Aparcamos en el paseo marítimo. La playa estaba hecha un desastre. Basura por todas partes. Algún que otro cuerpo en avanzado estado de descomposición. Dos coches estrellados en la arena. Una fila de motos tiradas cual fichas de dominó. En el puerto marítimo, un gran buque de la Armada Española, a medio hundir. Yates y barcazas golpeaban los cascos de los buques más grandes. Cuerpos de militares y civiles por el suelo. Aquí hubo una buena escabechina. No se salvó ni dios. Cada paso que dábamos retumbaba a varios metros. Llegamos a los astilleros. Encontramos un montón de material que podíamos llevar a Leo. Aunque lo haríamos en otro momento, y con una lista de lo más imprescindible. Cerramos a conciencia el lugar, ante posibles saqueadores. Advertimos que por la playa se acercaban unos cuantos. No eran muchos para nuestras costumbres, pero suficientes para hacernos picadillo sin nos rodeaban. Dimos media vuelta hasta el furgón. Debíamos volver antes de que se hiciera de noche, y despistar a los posibles muertos que nos pudiéramos encontrar.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Muy bueno. Me suena algún nombre... espero q los nuevos sean de fiar...

Ajenoaltiempo dijo...

Menuda sorpresa me llevé al leer este capitulo. Ningún argentino al que le digan Leo puede ser mala persona.